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Diciembre fue un mes de difíciles y angustiosos días. Primero, mi abuela atravesó por varios estudios y pruebas médicas que auguraban oscuros resultados. Es importante hacer notar que por tradición familiar -ignorancia familiar, debiera llamarla- todos solemos automedicarnos si nos sentimos mal o de plano preferimos ignorar algún extraño síntoma del que nos percatamos hasta "ver qué ocurre", deseando que en pocos días esa rara mancha, ese punzante dolor de cabeza o el entumecimiento de las piernas desaparezca por sí solo. Realmente, pocas veces ocurre así y cuando ya decidimos acudir a un médico especialista, suele ser tarde: ya hay que hacer numerosos estudios, recurrir a dolorosos tratamientos o de plano resignarse a ser diagnosticados con alguna enfermedad o padecimiento que ya no es reversible.
En esta ocasión, todo terminó en una cirugía menor y grandes sustos, pero afortunadamente parece que todo está bien. Claro está que todo esto quedará como una gran llamada de atención al cuidado de la salud. Por lo menos ahora, mi abuela contará con muchos pares de vigilantes ojos asegurándose de que tome sus medicamentos (los correctos) y siga las instrucciones médicas al pie da la letra.
En total estuvo internado 4 días. Parecía que estaba mejor con el suero, pero seguía sin comer. Decidí visitarlo un domingo y me dio mucho gusto que al verme se alegró un poquito y decidió comer algo. El pobre seguía pegado al suero y acurrucado en la jaulita donde lo guardaron. Me dio mucha pena tenerlo que dejar todavía ahí, sobre todo porque él juraba que ya iba a regresarse conmigo. Se me aferraba a la blusa como prendedor de fantasía y me daba besitos para convencerme de que no lo dejara. Pero ni modo, aún estaba malito y necesitaba más atención médica.
Lo peor de su estancia (y lo pude comprobar) fue que en la misma habitación tienen las jaulas de los perros y de los gatos que se quedan hospitalizados. Los pobres gatos están todos asustasdos nada más de escuchar los ladridos y alaridos de los perros que tienen enfrente (aunque también estén malitos, siguen siendo una amenaza para ellos). Sólo de pensar que mi gatito es un miedoso de primera, me daba más pena y culpa tenerlo que dejar ahí más tiempo.
Luz salió del hospital el lunes siguiente. Ahora está mucho mejor, aunque tendrá que comer un alimento dietético (que no le gusta nada) porque temen que se vuelva diabético y hay que prevenir que aumenten sus problemas renales. Lamentablemente para la Güera, ella también comerá del mismo alimento ya que, como siempre están juntos, es difícil que los separe para comer. Además, regularmente deberé llevar a Luz a hacerse estudios de sangre y orina para verificar sus niveles de urea y glucosa.
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